
Aprender música, escucharla, interiorizarla para después ser expresada a través de un instrumento es una acción circular en cuyo centro se encuentra el alma de aquel que está aprendiendo. La música con sus estructuras y cualidades expresivas entra en el individuo para salir cargada de su esencia creativa. Discriminar, imitar, repetir, combinar, variar, imaginar y expresar son acciones que se desarrollan en una mente que se ve estimulada por la música. Así, este lenguaje sonoro vivo y moldeable, se va haciendo parte del mundo interior del niño que aprende música. Podríamos decir que el niño empieza a pensar e imaginar música y a expresar contenidos internos a través de ella.
Para que ese proceso de aprendizaje pueda ocurrir, la improvisación deberá tener un lugar central en la clase de instrumento. El acto creativo primero debe comenzar como una acción desestructurada, casi podríamos decir impulsiva, para que poco a poco al asimilarse elementos musicales nuevos, irse volviendo más compleja. Cuando el flujo espontáneo de la música improvisada queda fijado y aparece como un producto acabado, se ha convertido en composición.