Hace apenas 2 meses, el mundo del jazz despedía al cellista Fred Katz. Su nombre se asoció en las correspondientes necrológicas al de su introductor en el mundo del jazz: el baterista y compositor Foreststorn(sic) Chico Hamilton, que, se añadía, seguía “milagrosamente vivo y en activo a sus 92 años”. Hamilton (Los Ángeles, 1921) falleció el pasado 25 de noviembre en Nueva York.
A lo largo de 70 años, Chico Hamilton hizo de todo: tocó con los más grandes músicos de jazz de la historia —Count Basie, Ella Fitzgerald, Billie Holiday, Duke Ellington o Lionel Hampton— y lideró sus propios conjuntos; escribió música para cine y televisión; enseñó los secretos del jazz en la New School University… su discografía como líder supera los 60 álbumes. En buena medida, el legado de Chico Hamilton se define por quienes tocaron en sus conjuntos; el fenecido jazzman fue un consumado catalizador de talentos de la más diversa especie, un coleccionista de personajes difícilmente clasificables; el primero de ellos, el propio Fred Katz. Con él, y con Jim Hall, a la guitarra; Buddy Collette, a los vientos; y Carson Smith, al contrabajo, creó su primer grupo sin piano de éxito, que permaneció varios meses en el Stroller’s Club de Long Beach, no obstante la heterodoxia sutil de su propuesta musical o, precisamente, por ello mismo. Hamilton fue asociado al naciente Jazz West Coast de Gerry Mulligan y Chet Baker. Algo en lo que nunca estuvo de acuerdo: “El Jazz West Coast fue apenas una treta publicitaria. Ahora ya no me ofende que se me asocie al asunto. Lo que importa es lo que yo siento, y yo siento que toco con el mismo swing y la misma energía en Nueva York que en California”.
Años más tarde, Hamilton presentaría en sociedad a Eric Dolphy quien, a poco, estaría reclamando un lugar bajo el sol de Charles Mingus: “Eric era un genio”, recordaba el baterista, “y un ser humano bondadoso”. La lista de quienes siguieron los pasos de los mencionados en el conjunto de Chico Hamilton es virtualmente interminable: de Paul Horn, en sus comienzos como músico de jazz, a Charles Lloyd, Charlie Mariano, Larry Coryell, Arthur Blythe, Steve Potts, Steve Turre (tocando el contrabajo eléctrico), y hasta Lowell George y Paul Barrére, cantante y guitarrista, respectivamente, del grupo de rock Little Feat… con ellos, Hamilton viajó de un jazz no químicamente puro al territorio aún más ambiguo de las “nuevas músicas”, y vuelta a empezar: “el jazz es y será siempre mi amor”, declaró en su momento, por si las moscas.
En 1965 se instaló en Nueva York, donde desplegaría todo su potencial como intérprete, productor y enseñante. Su obsesión por mantener el control de su obra le llevó a fundar su propia compañía de producción. En 1989 retomó su carrera como líder con Euphoria, proyecto cambiante que absorbió todas sus energías hasta el momento de su fallecimiento y le permitió desarrollar su faceta menos divulgada de compositor.
De su amplia filmografía, destaca Sweet smell of success —aquíChantaje en Broadway—, dirigida por Alexander McKendrick en 1957. Concebida como una secuela de la exitosa El hombre del brazo de oro,el quinteto de Hamilton interpreta su extraordinaria banda sonora; se dice que los dueños del estudio, alertados por la mala reputación de los músicos de jazz, contrataron a un equipo de detectives que siguieron al baterista y su conjunto durante 6 meses: “Querían asegurarse de que estábamos limpios. Nos estuvieron espiando a lo largo del país, porque ocurrió que durante todo ese tiempo estuvimos de gira. Al final se decidieron: ‘estos chicos están limpios. Adelante”.
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