Hoy, a sus 75 años, es la percusionista y la integrante más veterana de la Women’s Band.
Las molestias en su pierna derecha le recuerdan sus años de infancia y adolescencia como niñera y sirvienta en la posguerra. Tenía 8 años cuando abandonó la escuela, a la que solo pudo asistir cinco meses, para cuidar a una niña a cambio de un plato de comida al día. “La cría pesaba mucho y desde entonces tengo la pierna mal. Pasé tres meses encerrada en la habitación con ella porque padecía una enfermedad en la cara por el aire y no podíamos salir”.
Hace cinco años, sin haber visto nunca las notas del pentagrama, se animó a aprender lo que siempre ha sido su gran pasión, la música. “Aunque el primer día lo vi muy negro, me dije que si había salido de otras situaciones, por qué no iba a poder esta vez. Al final, he aprendido solfeo antes que a leer y escribir”. Hoy, a sus 75 años, es la percusionista y la integrante más veterana de la Women’s Band.
A dos meses del fin de la guerra, Dori, como le gusta que la llamen, nació en el pueblo conquense de Mota del Cuervo en 1939. A los nueve meses falleció su padre y la madre sacó adelante a sus cuatro hijos segando campos de mies o arrancando carrascas para calentar las estufas en invierno. “El gallo era nuestro reloj y cuando lo oía cantar, me levantaba para irme con ella a vender tortas por los pueblos. Por eso no pude ir a la escuela”.
Hija del éxodo rural que llevó a muchos de sus paisanos a la vida urbana, a los 21 años llegó en tren a Valencia el 1 de mayo de 1960. “La maquinaria había llegado y sobraba mano de obra en el campo, pero en la ciudad había trabajo”, evoca. Primero en la huerta en la recogida de la patata o en la siembra del cacao y después en fábricas de cepillos y conservas, ha dedicado una vida entera al trabajo. “Nunca me he ganado el pan a traición”. Madre de dos hijas, Dori asegura haber sido víctima del robo de bebés cuando dio a luz a sus gemelos: “En el hospital me dieron uno que estaba muerto y no me dejaron ir al entierro. Al poco tiempo, en la calle vi un cochecito de bebé y el niño era igual al que había visto...”.
Tras 46 años de vida en común, Dori enviudó de su marido hace cinco años. “No hacía más que llorar. Es muy duro cerrar la puerta de casa y quedarte sola. Pero con la música ya no siento la soledad, porque me ayuda y me da alegría”.
Con su sonrisa y carácter animoso, Dori asegura que la música le ha abierto los sentidos. Sin partitura, memoriza de oído el repertorio de la banda y diseña sus propias claves y baquetas. “Me decidí a tocar la batería al ver a un chaval que estaba aprendiendo, pero no le salía. Pensé que era fácil, y aunque nunca la había tocado, la cogí y ya no la he dejado”.
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