miércoles, 22 de enero de 2014

Arcadi Volodos: "El silencio es la verdadera esencia de la música clásica".

Arcadi Volodos (San Petersburgo, 1972) es un pianista a la vieja usanza, un intérprete que disfruta saboreando y dejando reposar la música. Para ello requiere de un tiempo precioso de descanso –y de reflexión– entre concierto y concierto, lo que limita sus apariciones a menos de medio centenar al año. Algo que ahora aún reducirá un poco más, al haberse convertido en padre hace un par de meses.
«Quiero pasar más tiempo en casa», confiesa por teléfono desde su casa levantina, donde ha echado raíces junto a su esposa. «Casi toda mi vida la he pasado entre España –me encanta su clima– y Francia», indica Volodos que acompañará a la Sinfónica de Dinamarca en una gira por nuestro país, liderada por su titular, Rafael Frühbeck de Burgos, que comienza el próximo 26 de enero en Gerona.
Aunque el pianista ruso no participará en las dos primeras citas (el 28 la formación recalará en Barcelona), donde sonarán las sinfonías 8 y 9 de Beethoven; sí se sumará a ellos a partir del 29 en Zaragoza, para continuar en Madrid (30),Vitoria (1 de febrero), para poner el broche en Valencia (3). En estas ocasiones el público podrá disfrutrar de un programa compuesto por la «Sinfonía Fantástica» de Berliozy el «Concierto para piano y orquesta número 1» de Chaikovski, uno de los caballos de batalla de Volodos. «Es una obra que le gusta mucho al público y siempre la pide. Es un concierto que le gusta a todo el mundo», argumenta lapidariamente.
La cita madrileña, enmarcada dentro del ciclo de La Filarmónica, tiene además un componente de celebración, pues pretende ser un homenaje –algo tardío– al director de orquesta por su 80 aniversario. «Solo he tocado una vez con él, en París, donde tuvimos muy buena colaboración de la que guardo muy buenos recuerdos», asegura.
Arcadi Volodos mantiene una estrecha relación con nuestro país al que llegó sin hablar una palabra de español a mediados de los años 90 para estudiar en la Escuela Superior de Música Reina Sofía, a las órdenes deDimitri Baskirov. En 1996, debutaba de manera profesional y aunque sus estudios de piano comenzaron de manera tardía, su técnica y su virtuosismo le encumbraron pronto entre la elite pianística mundial. Bautizado en sus comienzos -por su casa de discos- como el Horowitz del siglo XXI, «era un pianista maravilloso pero no estaba entre mis favoritos», ha labrado su propio camino con una personalidad alejada de efectismos y de concesiones, construida musicalmente sobre interpretaciones de Rachmaninov, Schubert o Liszt, consideradas hoy una referencia.

Llevar a Mompou en el alma

Su dosificada presencia en los escenarios también se repite en el campo de las grabaciones, la última de las cuales, después de cuatro años de silencio, está dedicada a la música del compositor catalán Federico Mompou (disco que incluye alguna transcripción suya). Un trabajo más cercano al minimalismo que al virtuosismo al que nos tiene acostumbrados. «Es un compositor al que conozco desde hace años gracias a unos amigos que tengo en Barcelona –explica–. Es una música que no se entiende la primera vez que la lees, no es muy accesible y no me refiero solo al público sino también a los músicos. He tardado varios años en entender la verdadera dimensión de esta música.Me gustan mucho sus armonías pero sobre todo su nostalgia. Para entenderla hay que tocarla y dejar que la música entre en tu alma».
¿Abordar ahora estas partituras forma parte de su propia evolución como intérprete? «Las personas siempre están evolucionando. No hay ninguna otra profesión como la del músico en la que se esté evolucionando de una manera constante. Además creo que la evolución más sana es cuando uno no se da cuenta que se produce».

Exceso de grabaciones

Ante la posibilidad de grabar más repertorio español, como la monumental «Iberia», un reto para cualquier pianista (el propio Barenboim grabó solo los dos primeros cuadernos), no promete nada. «De momento no, porque yo grabo muy poco. Creo que hay una sobrecarga de grabaciones en el mercado del disco. Si se hace es para aportar algo especial, y no grabar por grabar solo para tener publicidad. Ahora hay que ser mucho más responsable en ese aspecto que en el pasado porque hay miles de versiones de obras y no hace falta realizar más».
Ajeno a las campañas de márketing, Volodos parece ir a contracorriente en un mundo donde todo transcurrir demasiado rápido, sin tiempo para el reposo o la reflexión. «Vivimos una época que va en contra de la música clásica, porque para tocarla hay que estar en silencio. La verdadera esencia de la música clásica es el silencio. La percepción del tiempo ha cambiado. Si no hay silencio en el mundo, todos se vuelven sordos».
Ante esta filosofía, Mompou parece servirle a Volodos para reivindicar ese silencio ausente. «Me gusta mucho y me parece ridículo que sea tan poco interpretado». Y tiene una teoría sobre esto. «La música deMompou llega directamente al subconsciente y hace que la gente se enfrente a sí misma, y a muchos no les gusta esto».

Tranquilidad antes que ambición

Fiel a su palabra, el pianista ruso no ha vuelto a poner un pie en Estados Unidos desde una gira que ofreció al comienzo de su carrera que le dejó extenuado y que casi le hizo abandonar el piano. «Sí, era muy joven. He cambiado mucho, tengo 41 años. Nunca más iré. Cada persona tiene sus preferencias en la vida, y la mía es la tranquilidad antes que la ambición. Hay artistas que tienen mucha ambición, y otros, como yo, que no que queremos ser esclavos de los conciertos, de los viajes... Tocar la música es algo maravilloso. Escucharla y descubrirla también. Pero ser concertista es una profesión aparte».
Asegura que no puede opinar de fenómenos como Facebook o Twitter, que le son ajenos, tan solo afirma que «no puedo entender como la gente puede poner su vida privada en las redes sociales. Creo que se ha perdido el sentido de vida privada».
En cuanto a los recortes que está sufriendo la cultura, en particular en España, realidad que conoce más al estar afincado aquí desde hace años, asegura que «cortar en educación es cortar el futuro de país, da igual si sucede en España, Francia, Rusia... Con ello se puede ganar algo a corto plazo, pero a largo plazo se pierde mucho».
Hace años decidió limitar el número de sus conciertos, algo que ha mantenido con el tiempo. «Para mí cada concierto debe ser algo especial, que permita que luego me pueda acordar de algo bonito. Si viajamos y damos 200 conciertos al año, no tendría gratos recuerdos, serían como viajes de negocios. No tendrían ningún sentido. Depende de cada persona. Hay otros que tienen otro temperamento, otra dinámica. No quiero decir que yo esté en lo cierto, es mi opción».
Ahora que es padre de una niña, asegura que será lo que quiera. «Yo no tengo la ilusión estúpida de que yo puedo cambiarla. Mi intención es darle una educación que le haga lo más rápidamente posible independiente para realizar lo que desee». Aunque no piensa influir en su decisión de inclinarse hacia la música, sí tiene claro que le gustaría que al menos la disfrutara «porque es cultura. Es la elevación del alma más alta de la Humanidad. Sería una pena que fuera inaccesible para cualquier persona. La cultura es lo contrario de la ignorancia, y la gente que es ignorante siempre será esclava».

Información de Susana Gaviña.


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